Dios ha muerto. El hombre ha muerto.

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    El Hombre de leonardo Davinci. Dios ha muerto. El hombre ha muerto.

    Dios ha muerto. El hombre ha muerto. Hace algunos años atrás las «figuras» sociales de el cura, el médico, el maestro, los jueces eran enaltecidas, admiradas e intocables. Estas nos daban seguridad, y por lo tanto, tranquilidad.

    Dios ha muerto. El hombre ha muerto, se refiere a que con el avance de la tecnología, y en consecuencia, de las comunicaciones permitió el acceso a una gran masa de información a la gran mayoría de las personas.

    Posibilidad en la actualidad de enterarse de los principales acontecimientos de hechos reales en cualquier rincón del mundo casi al instante; el acercamiento a la lectura de los resultados de investigaciones científicas de las universidades más importantes; conocimiento de los grandes debates de los científicos en los congresos profesionales;  llegada a todo clase de libros, de reflexión filosófica, psicológica, crítica, etc.

    Todo ello ha llevado a la sociedad a darse cuenta de que «Dios ha muerto» como dijo Nietzsche, y que «el hombre ha muerto» como se concluye de la lectura de Foucault. Es decir, ya no hay un aval de alguien superior creador de todo y que todo lo ve, controla y juzga haciendo justicia pero tampoco tenemos la garantía de la Razón humana. Dios nos falla, Dios y la Razón son puestos en jaque,a la vez. Por lo tanto, también sus representantes humanos en la tierra.

    Esta realidad nos lleva a una gran incertidumbre, a vivir un momento social, político que nos inquieta. Nos desconcierta y angustia. Decimos «el mundo se ha vuelto loco» cuando escuchamos noticias desconcertantes y aterradoras cada día. El cura ya no es confiable, el médico se equivoca, el maestro no todo lo sabe, la ciencia cambia de opinión, los jueces «son humanos», y los políticos… bueno de los políticos no hace falta decir nada. La confianza en el Hombre Unitario y Universal del humanismo de la modernidad se ha roto.

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    Filosofía en Minutos

    ¿Qué podemos hacer ante esta situación crítica en que nos hallamos?

    Pues bien, creo que no hay una única respuesta aún a esto; y por eso vemos surgir cada día diversas alternativas de «salvación»: nuevas religiones, medicina alternativa, una vuelta a la naturaleza como salvadora, hoy las plantas y los animales son «enaltecidos», lo mejor que tenemos para muchos. El problema es que las plantas y los animales no son de nuestra especie y necesitamos volver a creer en ella, por un lado, para que no desaparezca pero, principalmente, porque tenemos que convivir con ella. Vivimos en sociedad y eso es inevitable.

    No es casualidad que cada vez cueste más decidir tener hijos, que se cuestione si vale la pena ser padres, que se estén construyendo robots que sustituyan al humano en casi todo.

    ¿Cómo volver a creer en el Ser Humano? ¿A confiar en la sociedad en que vivimos? No seré yo quien tenga la solución pero me parece que debemos partir del reconocimiento de que somos imperfectos. La Unidad del Hombre, no es tal. No somos totalmente conscientes de nosotros mismos como creemos, ni completamente dueños de nuestros actos, desde el descubrimiento del inconsciente freudiano.

    Esta fue la gran herida narcisista que provocó Freud y por la cual, muchas veces, se le condenó al no entenderse que esto no conlleva que no seamos responsables de nuestras conductas.

    No somos idénticos ya que cada región geográfica, cada cultura nos hace diferentes, y nos cuesta aceptar esa diferencia y tomarla como algo positivo que suma. Al contrario, hay racismo, xenofobia… La diferencia nos molesta porque no nos permite vernos en ese espejo; sólo queremos ver a otros iguales por culpa del vehemente narcisismo que nos posee, contra el que hay que luchar.

    Soy imperfecto; soy diferente; soy bueno y malo; soy fuerte a veces, y débil, otras; acierto y me equivoco; amo pero también puedo odiar… Es imprescindible aceptar estas contradicciones propias del ser humano, luchar con uno mismo para que prevalezca la parte positiva. Verlas también en el otro, frente a mi, para comprenderlo.
    Pero sólo reconociendo primero que existen en mí, podré lograrlo. No hay otra Garantía.

    Amén.

    Psicóloga Claudia Alberto