Tratado de la Felicidad. El malestar en la cultura de Sigmund Freud.

    Indice del Artículo

    Cabeza formada por puzzle que le faltan dos piezas

    «No podemos eludir la impresión de que el hombre suele aplicar cánones falsos en sus apreciaciones, pues mientras anhela para sí y admira en los demás el poderío, el éxito y la riqueza menosprecia, en cambio, los valores genuinos que la vida le ofrece”

    Sigmund Freud en el “Malestar en la Cultura”

    A continuación desarrollaremos un resumen extracción del texto de Sigmund Freud “El Malestar en la Cultura”, del año 1930. Es muy interesante comprobar como en las palabras de este psiquiatra vienés, padre del Psicoanálisis, encontramos muchas claves para enfrentar nuestras dudas respecto al tema de la felicidad y a esa sensación de que se nos escapa a cada rato si es que en algún momento la conseguimos. Para reflexionar.

    Freud dice:

    “La vida nos resulta demasiado pesada con excesivos sufrimientos, decepciones, empresas imposibles, para soportarlo recurrimos a distracciones poderosas, satisfacciones sustitutas y narcóticos.»

    ¿Qué fines y propósitos de vida expresan los hombres en su propia conducta? ¿Qué esperan de la vida? ¿Qué pretenden alcanzar con ella? Aspiran a la felicidad, quieren llegar a ser felices, no quieren dejar de serlo. Esta aspiración tiene dos fases. Una positiva: experimentar intensas sensaciones placenteras; y otra, negativa: evitar el dolor y el displacer. En sentido estricto, el término felicidad se aplica a la primera. Por esto la actividad humana se despliega en dos sentidos.

    Quien fija el objetivo vital es el Principio de Placer que rige las operaciones del aparato psíquico en búsqueda de placer. Pero éste sólo se da por episodios, y las facultades de felicidad están limitadas. En cambio, es menos difícil experimentar la desgracia. El sufrimiento nos amenaza desde el propio cuerpo (condenado a la decadencia y aniquilación), desde el mundo exterior y desde las relaciones con los otros seres humanos (quizás el más doloroso). No nos extraña, pues, que bajo la presión de tales posibilidades de sufrimiento el hombre suele rebajar sus pretensiones de felicidad. Así el Principio de Placer se transforma, por influencia del mundo exterior, en el más modesto Principio de Realidad. El ser humano ya se estima feliz por el mero hecho de haber escapado de la desgracia, de haber sobrevivido al sufrimiento. En definitiva, la finalidad de evitar el sufrimiento relega a segundo plano la de lograr el placer.

    Si bien la satisfacción ilimitada de todas las necesidades se nos impone como norma de conducta tentadora, ello significa preferir el placer a la prudencia, y a poco de practicarla se hace sentir sus consecuencias.

    Los métodos para evitar el sufrimiento son:

    Aislamiento voluntario y alejamiento de los demás: la felicidad alcanzable por este camino no puede ser sino la de la quietud.
    Contra el temible mundo exterior solo puede uno defenderse mediante una forma cualquiera de alejamiento. Pero otro camino mejor: pasar al ataque contra la Naturaleza y someterla a la voluntad del hombre empleando las técnicas dirigidas por la ciencia.

    El método químico:

    la intoxicación. Los “quitapenas”: los estupefacientes. No sólo dan placer inmediato, sino también una muy anhelada independencia frente al mundo exterior. Los hombres saben que con ese “quitapenas” siempre podar escapar al peso de la realidad, refugiándose en un mundo propio que ofrezca mejores condiciones para su sensibilidad. También se sabe que es precisamente esta cualidad de los estupefacientes la que entraña su peligro y nocisidad. En ciertas circunstancias aun lleva la culpa de que se disipen estérilmente cuantiosas magnitudes de energía que podrían ser aplicadas para mejorar la suerte humana.

    La satisfacción de los instintos porque implica la felicidad se convierte en causa de sufrimiento cuando el mundo exterior nos priva de ella, negándonos la satisfacción de nuestras necesidades. Al dominarlos, evitaremos sufrimiento. Pero con el dominio absoluto de sacrificar la vida, se logra la felicidad del reposo absoluto.

    Desplazamiento de la libido. Reorientación de los instintos. Sublimación:

    consiste en reorientar los fines instintivos de manera tal que eludan la frustración del mundo exterior. Es el placer del trabajo psíquico e intelectual, artístico, científico, de investigar, etc.

    Otro método para conquistar la felicidad y alejar el sufrimiento es: el arte de vivir.

    Se distingue por la más curiosa combinación de rasgos característicos:
    Persigue la independencia del “destino” – es el mejor nombre que podemos darle- y, con tal propósito, sitúa la satisfacción en los procesos psíquicos, anímicos internos; utilizando al efecto la ya mencionada desplazabilidad de la libido, pero sin apartarse por ello del mundo exterior. Aferrándose, por el contrario, a sus objetos y hallando la felicidad en la vinculación afectiva con ellos. Por otra parte al hacerlo no se conforma con la resignante y fatigada finalidad de eludir el sufrimiento sino que la deja a un lado sin prestarle atención para concentrarse en el anhelo primordial y apasionado del cumplimiento positivo de la felicidad. Naturalmente me refiero a aquella orientación de la vida que hace del Amor el centro de todas las cosas, que deriva toda satisfacción del amar y del ser amado.

    Por una de las formas en que el amor se nos manifiesta – el amor sexual- nos proporciona la experiencia placentera más poderosa y subyugante estableciéndose así el prototipo de nuestras aspiraciones de  felicidad.

    El punto débil de esta técnica de vida es demasiado evidente: jamás nos hallamos tan a merced del sufrimiento como cuando amamos, jamás somos tan infelices como cuando hemos perdido el objeto de amor. Pero no queda agotado con esto la técnica de vida que se funda sobre la aptitud de amor que procura la felicidad.

    Cabe agregar que la felicidad de la vida se busca ante todo en el goce de la belleza en las formas y los gestos humanos, en los objetos de la Naturaleza, los paisajes, en las creaciones artísticas y aún científicas.

    Esta orientación estética de la felicidad vital nos protege escasamente contra los sufrimientos inminentes, pero puede indemnizarnos por muchos pesares sufridos. El goce de la belleza ya posee un particular carácter emocional, particularmente embriagador.

    El Psicoanálisis lo único, lo seguro que puede decirnos de la belleza es que deriva de las sensaciones sexuales, representando un modelo ejemplar de una tendencia coartada en su fin. Primeramente la “belleza” y el “encanto” son atributos del objeto sexual inherente a ciertos caracteres sexuales secundarios.

    CONCLUSIONES:

    El designio de ser felices que nos impone el Principio de Placer es irrealizable mas no por ello se debe -ni se puede- abandonar los esfuerzos por acercarse de cualquier modo a su realización.

    A tal efecto podemos adoptar diversos caminos anteponiendo el aspecto positivo de dicho fin -la obtención de placer-, ya su aspecto negativo -la evitación del dolor. Pero ninguno de estos recursos nos permitiría alcanzar cuanto anhelamos, la felicidad considerada en el sentido limitado, cuya realización parece posible, es meramente un problema de la economía libidinal de cada individuo. Ninguna regla al respecto vale para todos, cada uno debe buscar por si mismo la manera en que se puede ser feliz. Su elección del camino a seguir será influida por los más diversos factores. Todo depende de la suma de satisfacciones reales que pueda esperar del mundo exterior y de la medida en que se incline a independizarse de este; por fin, también de la fuerza que se atribuya a si mismo para modificarlo según sus deseos. Ya aquí desempeña un papel determinante la constitución psíquica del individuo, aparte de las circunstancias exteriores.

    El ser humano predominantemente erótico antepondrá los vínculos afectivos que lo ligan a otras personas.
    El narcisista, inclinado a bastarse a si mismo buscará las satisfacciones esenciales en sus procesos psíquicos íntimos.
    El hombre de acción nunca abandonará un mundo exterior particularmente desfavorable, difícilmente hallará la felicidad en su situación ambiental ante todo cuando se encuentre y enfrente a situaciones difíciles, a menos que haya efectuado la profunda transformación y re-estructuración de sus componentes libidinales, imprescindibles para todo rendimiento futuro. La última técnica de vida que le queda y que le ofrece por lo menos satisfacciones sustitutas es la fuga a la neurosis.

    ¿Por qué al hombre le resulta tan difícil ser feliz?

    Ya lo hemos respondido al señalar las tres fuentes del sufrimiento humano:
    La supremacía de la Naturaleza.
    La caducidad de nuestro propio cuerpo.
    La insuficiencia de nuestros métodos para regular las relaciones humanas en la familia, el Estado y la sociedad.

    Frente a las dos primeras, esto es inevitable, jamás dominaremos a la Naturaleza y nuestro organismo es parte de ella.
    Podemos al menos superar algunos pesares, aunque no todos; otros lograremos mitigarlos.

    Frente a la número tres de origen social, es diferente, nos negamos a aceptarlos. No comprendemos por qué las instituciones que nosotros mismos hemos creado no habrían de representar mas bien protección y bienestar para todos. Comenzamos a sospechar que también aquí podría ocultarse una porción de la indomable Naturaleza, tratándose esta vez de nuestra propia constitución psíquica. Aquí nos encontramos con una afirmación: Nuestra llamada Cultura llevaría gran parte de culpa por la miseria que sufrimos y podríamos ser mucho más felices si la abandonáramos para retornar a condiciones de vida más primitiva.

    Esta afirmación es sorprendente porque es innegable que todos los recursos con los cuales intentamos defendernos contra los sufrimientos amenazantes proceden precisamente de la Cultura.
    Comprobamos que el ser humano cae en la neurosis porque no logra soportar el grado de frustración que le impone la sociedad en aras de sus ideales de Cultura, deduciéndose de ello que sería posible reconquistar las perspectivas de ser feliz, eliminando o atenuando en grado sumo estas exigencias.

    El dominio sobre la Naturaleza no es el único requisito de la felicidad humana – como, por otra parte, tampoco es la meta exclusiva de las aspiraciones culturales-, sin inferir de ella que los progresos técnicos son inútiles para la economía de nuestra felicidad. Parece indudable que no sentimos muy cómodos en nuestra actual Cultura, pero nos resulta muy difícil juzgar si – y en qué medida- los hombres de antaño eran más felices, así como la parte de ello que tenían sus condiciones culturales. Pero la felicidad es algo profundamente subjetivo.

    ¿Por qué caminos habrán llegado tantos hombres a la extraña actitud de hostilidad contra la cultura?

    La evolución cultural se nos presenta como un proceso peculiar que se opera en la humanidad y muchas de cuyas particularidades se nos parecen familiares. Podemos caracterizarlo por los cambios que impone a las conocidas disposiciones instintuales del hombre, cuyas satisfacciones es, en fin de cuentas, la finalidad de la economía psíquica de nuestra vida.

    Algunos de estos instintos son consumidos de tal suerte que en su lugar aparece algo que en el individuo aislado calificamos de rasgo de carácter. Aquí se nos presenta por primera vez la analogía entre el proceso de Cultura y la evolución libidinal del individuo.

    Otros instintos son obligados a desplazar las condiciones de su satisfacción, a perseguirla por distintos caminos, por el mecanismo de sublimación (de los fines instintivos) mientras que en algunos aún puede ser distinguido de ésta.

    La sublimación de los instintos constituye un elemento cultural sobresaliente pues gracias a ella las actividades psíquicas superiores, tanto científicas como artísticas e ideológicas, pueden desempeñar un papel muy importante en la vida de los pueblos civilizados.

    Es forzoso reconocer la medida en que la Cultura reposa sobre la renuncia a las satisfacciones instintuales: hasta qué punto su condición previa radica precisamente en la insatisfacción (¿por supresión, represión o algún otro proceso?) de instintos poderosos. Esta frustración cultural rige en vasto dominio de las relaciones sociales entre los seres humanos, y ya sabemos que en ella reside la causa de la hostilidad opuesta a toda Cultura.

    No es fácil comprender cómo se puede sustraer un instinto a su satisfacción. Propósito que no está nada libre de peligros, pues si no se compensa económicamente tal defraudación habría que atenerse a graves trastornos.

    ¿A qué recurso apela la Cultura para coartar la agresión que le es antagónica, para hacerla inofensiva y quizás para eliminarla? ¿ Qué le ha sucedido para que sus deseos agresivos se tornarán inofensivos?

    La agresión es introyectada, internalizada que en calidad de Super-Yo se opone a la parte restante, y asumiendo la función de “conciencia”, despliega frente al Yo la misma dureza y agresividad que el Yo, de buen grado, habría satisfecho en individuos extraños.

    La tensión creada entre el severo Super-Yo y el Yo que subordina al mismo la calificamos de sentimiento de culpabilidad; se manifiesta bajo la forma de necesidad de castigo.

    Por consiguiente la cultura domina la peligrosa inclinación agresiva del individuo, debilitando a éste, desarmándolo y haciéndolo vigilar por una instancia alojada en su interior, como una guarnición militar en la ciudad conquistada.

    Por consiguiente conocemos dos orígenes del sentimiento de culpabilidad: uno es el miedo a la autoridad; y el segundo, más reciente, es el temor al Super-Yo. El primero obliga a renunciar a la satisfacción de los instintos; el segundo, impulsa además al castigo, dado que no es posible ocultar ante el Super-Yo la persistencia de los deseos prohibidos.

    La severidad del Súper Yo, el riesgo de la consecuencia moral, es una continuidad simplemente de la severidad de la autoridad exterior, revelándola y sustituyéndola en parte. Advertimos ahora la relación que existe entre la renuncia de los instintos y el sentimiento de culpabilidad.

    Originalmente la renuncia instintual es una consecuencia del temor a la autoridad exterior, se renuncia a satisfacciones pero no para no perder el amor de ésta. (“El miedo a la pérdida de amor”, cuando el hombre pierde el amor del prójimo, de quien depende, pierde con ello su protección, frente a muchos peligros ,y ante todo se expone al riesgo de que este prójimo, más poderoso que él le demuestre su superioridad en una forma de castigo).

    Una vez cumplida esa renuncia, se han saldado las cuentas con dicha autoridad y ya no tendría que subsistir ningún sentimiento de culpabilidad. Pero no sucede lo mismo con el miedo al Super-Yo. Aquí no basta con la renuncia de la satisfacción de los instintos, pues el deseo correspondiente persiste y no puede ser ocultado ante el Super-Yo (La autoridad es internalizada al establecerse un Super-Yo. Con ello los fenómenos de la conciencia moral son elevados en un nuevo nivel, y en puridad sólo entonces se tiene derecho a hablar de conciencia moral, y sentimiento de culpabilidad. El Super-Yo tortura al pecaminoso Yo con las mismas sensaciones de angustia y está al acerbo de oportunidades para hacerlo castigar por el mundo exterior. En esta segunda fase, la conciencia moral se comporta tanto más severa y desconfiadamente cuanto más virtuoso es el hombre).

    En consecuencia no dejará de surgir el sentimiento de culpabilidad, pese a la renuncia cumplida, circunstancia ésta que representa una gran desventaja económica en la instauración del Super-Yo; en otros términos, de ella génesis de la conciencia moral. La renuncia instintual ya no tiene pleno efecto absolvente; la virtuosa abstinencia ya no es recompensada con la seguridad de conservar el amor, y el individuo ha trocado una catástrofe exterior amenazante pérdida de amor y castigo por la autoridad exterior por una desgracia interior permanente: la tensión del sentimiento de culpabilidad. El sentimiento de culpabilidad es la expresión del conflicto de ambivalencia, de la lucha eterna entre el Eros y el instinto de destrucción o de muerte.

    *A mi juicio, el destino de la especie humana será decidido por la circunstancia de si -y hasta qué punto- el desarrollo cultural logrará hacer frente a las perturbaciones de la vida colectiva del instinto de agresión y de autodestrucción. En este sentido la época actual merece nuestro particular interés. Nuestros contemporáneos ha llegado a tal extremo en el dominio de las fuerzas de la Naturaleza que con su ayuda les será fácil exterminarse mutuamente hasta el último hombre. Bien lo saben, y de ahí buena parte de su presente agitación, de su infelicidad, y su angustia.Sólo nos queda esperar que el otro de los dos “poderes celestiales”, el Eros, despliegue sus fuerzas para vencer en la lucha con su no menos inmortal adversario. Mas, ¿quién podría augurar el desenlace final?.”

    (*la frase final fue agregada en 1931, cuando ya comenzaba a ser notoria la amenaza que representaba Hitler)

    Extracción realizada por:
    Psicóloga Claudia Alberto Fermanelli